Nos encontramos en la entrada del cine, con los nervios típicos de una primera cita, pero con la garantía de que al menos estaríamos entretenidos por la película, por lo que no era necesario, al menos de primeras, preocuparse por el tema de conversación.
Mientras esperábamos a que empezara la sesión apenas intercambiamos palabras, puede que no nos conociéramos lo suficiente, que él, como yo, hubiera acudido a la cita por mero aburrimiento, o que los nervios jugaran una mala pasada.
En cuanto empezaron los créditos me relajé, las próximas dos horas no habría que forzar tema de conversación ni soportar incómodos silencios, y al terminar habría de qué hablar, o cada cual se iría a su casa sin mayor drama.
La película no estaba resultando tan entretenida como creía, y en su cara se percibía que coincidía conmigo. Miraba a los lados de vez en cuando, como buscando algo más interesante a lo que prestar atención, hasta que su mirada se cruzó con la mía. Una sonrisa cómplice despertó un poco de empatía mutua, igual sí teníamos algo en común, aunque fuera el gusto cinematográfico.
Aproveché una de esas escenas que deberían haberse quedado en la mesa de montaje para salir al baño y evitarme por lo menos unos minutos de sufrimiento artístico. Cuando salí le encontré en la puerta, tendiéndome la mano mientras su gesto resultaba entre provocativo y aventurero. No dudé, no tenía nada más interesante que hacer, así que le di la mano y seguí sus pasos hacia una de las salas que parecía estar sin sesión, quizá por las horas que eran.
Entramos y nos quedamos en el pequeño recibidor antes de la puerta de acceso, donde la tenue oscuridad suele llevarte a unas horas de emociones en HD. Esperé, no entendía qué hacíamos allí, hasta que acercó su cara a la mía, como pidiendo permiso, y luego aproximo sus labios a mi mejilla con un dulce beso.
Sinceramente, estaba descolocada. No había habido ningún momento de esos en los que alguno de los dos se insinuara, pero el gesto, así como la iniciativa, me llevó a devolverle el beso, esta vez en los labios.
Lo que comenzó dulce y delicado, se convirtió en un fuerte arrebato que nos tenía con las manos ansiosas de alcanzar todo lo que pudiéramos tocar, acariciar, pellizcar o rozar. Su forma de actuar, y esa seguridad que parecía envolverle de pronto, me excitó mucho y muy rápido. Pasé de pensar en desvanecerme al acabar la película, a desearle dentro de mí. Sin confianza, pero también sin expectativas, no me callé y tal cual se lo pedí.
Medio segundo tardó en reaccionar. Desabrochó mi pantalón, dio un tirón para bajarlo, me giró contra la puerta de acceso, liberó su erección y me penetró con el punto justo de brusquedad.
Un gemido escapó de entre mis labios, y a medida que intensificaba sus embates más alto gemía yo. Notaba cómo me escurría el placer por los muslos, y su cuerpo rebotaba contra el mío con la potencia y el ritmo perfectamente sincronizado. Hacía unos minutos no me habría imaginado así con él ni en un millón de años, y ahora mi vulva gritaba pidiendo más, más duro, más rápido, más…
Arquee la espalda para darle mayor acceso y entendió el mensaje. Agarró mis caderas con ambas manos y bombeó llegándome tan al fondo como le era posible. Los gemidos eran cada vez más altos, y me estaba resultando realmente morboso que alguien, pasando por la puerta exterior, pudiera oírnos, o incluso desde la sala de al lado con la aburrida película de la que habíamos huido.
Un sonoro azote me borró ese pensamiento, haciéndome gritar nuevamente, esta vez mientras orgasmaba entre espasmos musculares.
...
Tras eso no tuvimos mucha conversación, tradujimos por ello que lo nuestro era pura energía sexual y lo dejamos en eso, que por otra parte, no está nada mal; ya teníamos con quien ir al cine y huir si la película no nos convencía.
Hacía mucho, si acaso había pasado antes, que no me follaban con tanta intensidad y habilidad. Pero eso sí, era la primera vez que disfruté de perderme una película, ¡y de qué manera...!