Finalista del concurso de microrrelatos
Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Su presencia era magnética, mi deseo, irrefrenable. La había soñado tantas veces que me parecía conocerla de toda la vida, pero nunca había visto su rostro en la realidad: al fin estabas allí, tan real como el sol que brillaba sobre nuestras cabezas.
La tarde continuó avanzando y nuestras palabras se deslizaron como serpientes por el aire caliente y húmedo. Cada vez que ella se movía, un escalofrío de anticipación se extendía por mi piel.
Me sentía como si estuviera en una habitación cerrada sin aire, como si estuviera en peligro de muerte, mi corazón latiendo tan fuerte que parecía que iba a explotar en cualquier momento.
Cada vez que nuestras pieles se rozaban, la electricidad me recorría como un rayo, haciéndome temblar y anhelar más. Las palabras que salían de mi boca parecían tan vacías en comparación con el fuego que ardía dentro de mí… No podía esperar más, necesitaba que sucediera algo, cualquier cosa. Mi cuerpo se tensaba, buscando una liberación de esa ansiedad que me estaba consumiendo.
TRUENO Y FUEGO
Y cuando la lluvia llegó, cayendo sobre nosotros como una bendición, nuestras miradas se encontraron. Lo supe. Nos acercamos y nos besamos con el ansia de aquellos que han esperado años para entregarse al éxtasis liberador. Nos devorábamos como si no hubiera un mañana mientras nuestros cuerpos se unían en una danza lujuriosa y ancestral.
Mis manos se deslizaban por su piel sudorosa, explorando cada curva y cada rincón de su cuerpo, mientras los gemidos se mezclaban con el sonido de la humedad. La lluvia arreciaba sobre nosotros, golpeando nuestros cuerpos con fuerza y haciendo que cada gota sonara como un opaco tambor en nuestra piel.
La noche nos sorprendió abrazados bajo la lluvia, experimentando cada una de nuestras fantasías más profundas y salvajes. El viento soplaba con fuerza, haciendo que los árboles se agitaran como si estuvieran poseídos por la misma pasión que nos consumía mientras los relámpagos iluminaban la noche, dándonos vislumbres de nuestros cuerpos entrelazados y de los rostros de éxtasis que compartíamos.
La electricidad estaba en el aire, literal y figurada. Nada podía detener el fuego que ardía entre nosotros. La lluvia seguía cayendo, refrescando nuestros cuerpos, tan calientes como brasas ardientes. Cada gota que caía solo aumentaba nuestra excitación, y nuestros cuerpos se movían juntos en la endiablada danza bajo el diluvio de Dios. El sonido de nuestras respiraciones entrecortadas se mezclaba con el sonido de la lluvia: una sinfonía de placer que solo alimentaba nuestro deseo.
CATARSIS
Cuando la lluvia se calmó y los truenos disminuyeron, nos quedamos abrazados, exhaustos, felices. Todo lo que quedaba ahora era el silencio y la calma que seguían a la tormenta.
Incluso ahora, años después cada vez que escucho el sonido de la lluvia, puedo sentir el calor de su cuerpo contra el mío, y el tacto de sus dedos en mi piel.
DeLarge